Un tiempo atrás, gracias a un comentario de un profesor, conocí la sensacional historia de Samuel Zemurray, mejor conocido como Sam, the Banana Man. Espero que tengan ganas de leerla a pesar de su longitud; créanme que vale la pena.
Nacido en 1877, en la pobreza de una familía judía rusa, Sam emigró a los Estados Unidos en su adolescencia temprana para establecerse en Nueva Orleans, donde no recibió ningún tipo de educación formal. Sin embargo, fue lo suficientemente inteligente como para tener una idea. Samuel vio que los barcos importadores de bananas desechaban una parte importante de las mismas, que estaban demasiado maduras para ser distribuidas al resto del país. Entonces, comenzó a comprar esas bananas y a venderlas localmente. En poco tiempo, amasó una fortuna que le permitió comprar sus propios barcos y su propia plantación de bananas en Honduras.
Nacido en 1877, en la pobreza de una familía judía rusa, Sam emigró a los Estados Unidos en su adolescencia temprana para establecerse en Nueva Orleans, donde no recibió ningún tipo de educación formal. Sin embargo, fue lo suficientemente inteligente como para tener una idea. Samuel vio que los barcos importadores de bananas desechaban una parte importante de las mismas, que estaban demasiado maduras para ser distribuidas al resto del país. Entonces, comenzó a comprar esas bananas y a venderlas localmente. En poco tiempo, amasó una fortuna que le permitió comprar sus propios barcos y su propia plantación de bananas en Honduras.
Pero la cosa apenas empieza a ponerse interesante. A comienzos de la década de 1910, los bancos estadounidenses coparon la parada en la aduana hondureña y comenzaron a cobrar ellos mismos los aranceles para así canalizar los fondos directamente al pago de la agobiante deuda externa del país. Zemuuray vio que esto lo podía llevar a la ruina, ya que estos impuestos eran altos y se iban a comer su margen de ganancia. Primero trató de ir por canales formales, pero el gobierno estadounidense le negó una exención. Para colmo, su enérgico pedido atrajo la atención de las fuerzas de seguridad, que decidieron vigilarlo.
Pero esto no detuvo al hombre de las bananas. En 1912, juntó al derrocado ex presidente hondureño Manuel Bonilla y a otros dos mercenarios, además de una buena cantidad de armas y municiones. El improvisado escuadrón logró escapar del Servicio Secreto y llegar a Honduras, donde rápidamente formaron una pequeña milicia y derrocaron al presidente Francisco Bertrand. Bonilla volvió así a ocupar la presidencia de Honduras pero murió a los pocos meses, no sin antes conceder una generosa exención impositiva a las operaciones banaeras de Sam Zemurray.
Pero esto no detuvo al hombre de las bananas. En 1912, juntó al derrocado ex presidente hondureño Manuel Bonilla y a otros dos mercenarios, además de una buena cantidad de armas y municiones. El improvisado escuadrón logró escapar del Servicio Secreto y llegar a Honduras, donde rápidamente formaron una pequeña milicia y derrocaron al presidente Francisco Bertrand. Bonilla volvió así a ocupar la presidencia de Honduras pero murió a los pocos meses, no sin antes conceder una generosa exención impositiva a las operaciones banaeras de Sam Zemurray.
Hacia 1930, Sam se retiró del negocio y utilizó sus ganancias para comprar una parte de la United Fruit Company, la empresa bananera más grande del país. El retiro no duraría demasiado. Alrededor de tres años más tarde, la United Fruit estaba en crisis, presa de la depresión y una mala administración. Esto fue un llamado para Zemurray, quien logró hacerse con el control del directorio y reorganizó la empresa para que fuera rentable nuevamente.
Salteándome varios detalles, quiero pasar a la última gran aventura del Banana Man. A principios de la década del 50, el presidente guatemalteco Jacobo Arbenz impulsó una reforma agraria y laboral no demasiado amigable para la United Fruit. Zemurray debe haber recordado los viejos tiempos, salvo que esta vez estaba muy viejo para tomar las armas, por lo que adoptó una solución más madura: lograr que su gobierno haga las cosas por él. Para esto, recurrió a Edward Bernays, maestro de la propaganda y autoproclamado inventor de las relaciones públicas (de quien tal vez escriba un post en el futuro), para llevar adelante una campaña que pusiera a Arbenz en los ojos de la CIA como un potencial aliado del comunismo soviético. La campaña fue un éxito y, en 1954, la CIA apoyó un golpe de estado en Guatemala.
Víctima del Parkinson, Zemurray se retiró definitivamente de la UFCO poco después y murió en Nueva Orleans en 1961. El reinado de la UFCO declinó desde entonces y, luego de algunas fusiones y ventas, es hoy parte de la Chiquita Brands, cuyas bananas puedo encontrar en muchos supermercados. El mayor legado de Sam que puede admirarse hoy en día, fruto de una de sus tantas donaciones de carácter filantrópico, es su mansión en la avenida St. Charles (foto más arriba), donde reside el presidente de la universidad de Tulane.
Salteándome varios detalles, quiero pasar a la última gran aventura del Banana Man. A principios de la década del 50, el presidente guatemalteco Jacobo Arbenz impulsó una reforma agraria y laboral no demasiado amigable para la United Fruit. Zemurray debe haber recordado los viejos tiempos, salvo que esta vez estaba muy viejo para tomar las armas, por lo que adoptó una solución más madura: lograr que su gobierno haga las cosas por él. Para esto, recurrió a Edward Bernays, maestro de la propaganda y autoproclamado inventor de las relaciones públicas (de quien tal vez escriba un post en el futuro), para llevar adelante una campaña que pusiera a Arbenz en los ojos de la CIA como un potencial aliado del comunismo soviético. La campaña fue un éxito y, en 1954, la CIA apoyó un golpe de estado en Guatemala.
Víctima del Parkinson, Zemurray se retiró definitivamente de la UFCO poco después y murió en Nueva Orleans en 1961. El reinado de la UFCO declinó desde entonces y, luego de algunas fusiones y ventas, es hoy parte de la Chiquita Brands, cuyas bananas puedo encontrar en muchos supermercados. El mayor legado de Sam que puede admirarse hoy en día, fruto de una de sus tantas donaciones de carácter filantrópico, es su mansión en la avenida St. Charles (foto más arriba), donde reside el presidente de la universidad de Tulane.
La historia de Sam the Banana Man es la de un hombre que estaba destinado a ser un don nadie pero que, de una manera u otra, llegó a cambiar el mundo. De microemprendedor a millonario, fue cerebro de una revolución en una república bananera, se adueñó de la empresa más grande en su mercado y no se fue sin mover las palancas de otro golpe en otra república bananera. Sin hacer una valoración del bien o mal en sus acciones, creo que se trata de una historia fascinante que me llama la atención no haber encontrado en la pantalla grande. Lo más cercano que encontré es este libro.
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