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martes, 21 de junio de 2011

Estamos todos locos

Hace alrededor de dos años, buscaba una novela en inglés para leer y, por recomendación de mi novia, acabé leyendo la que se convirtió en uno de mis libros favoritos: "Catch-22" de Joseph Heller. "Catch-22" narra la historia del Capitán John J. Yossarian, un aviador estadounidense en la segunda guerra mundial que, desde el principio, está desesperado por que lo manden de regreso a su hogar. Después de haber intentado casi todo, Yossarian intenta demostrar que está loco, pero su plan se encuentra con una extraña regla, llamada Catch-22, que dice que toda persona en su sano juicio estaría preocupada por su seguridad a la hora de volar en combate. Así, al rehusar subirse al avión, Yossarian demostraba su cordura, por lo cual estaba obligado a continuar volando. Por el contrario, cualquiera que se subiera con gusto a un bombardero, estaba demostrando su locura, por lo que no tenía obligación de hacerlo. Así, la única manera de mostrar que uno podía no subirse al avión era subiéndose al avión.

A partir de allí, la novela presenta a muchos otros personajes, mostrando cómo todos están locos menos Yossarian y siguiendo las desventuras de este último para tratar de escapar del combate aéreo. Detrás de este absurdo, la novela trata muchos temas trascendentes y lo hace con un genial sentido del humor. Es uno de los pocos libros que me han hecho reir en voz alta. En la cultura popular estadounidense, la expresión Catch-22 se convirtió en un sinónimo de cualquier situación de este tipo, en la cual las reglas hacen que, para obtener algo, uno tenga que estar en la situación en la cual esa cosa es imposible o innecesaria. Por ejemplo, muchas veces es imposible obtener un crédito sin un historial crediticio pero para tener esto úlitmo, uno necesita haber obtenido créditos primero.

Yossarian, interpretado en una buena adaptación de la novela por el actor que, 35 años después, haría el papel del abuelo en Little Miss Sunshine.

Pero ¿a qué viene todo esto? A un reciente artículo de The Guardian (visto acá) que cuenta la historia real de Tony, un hombre que fingió estar loco para evitar ir a la cárcel común y terminar en una institución psiquiátrica, algo parecido a lo que hacía el protagonista de "One Flew over the Cuckoo's Nest" (y esta no debe ser la única similitud con esa genial historia).

Esa puede haber sido la peor decisión que Tony tomó en su vida. Ocurre que la vida en el manicomio resultó ser mucho peor de lo esperado, de manera que Tony confesó su mentira y comenzó a cooperar en todas las actividades posibles para mostrar que estaba sano. Pero ¿cuál fue la respuesta de los médicos? "La detención y el tratamiento lo están ayudando, ahora coopera en todo". Así, el siguiente intento de Tony fue una guerra de no cooperación. ¿La conclusión de los médicos? "Ok, no estás loco pero sos un psicópata manipulador". Más tiempo en el psiquiátrico. Así, sí Tony se comportaba pacíficamente, la resolución era que el tratamiento le estaba haciendo bien, pero si se comportaba en forma beligerante, la conclusión era que necesitaba más tratamiento. Catch-22. Tony enfrentaba una pena de hasta 7 años de cárcel y ya lleva 12 en el psiquiátrico.

Es difícil demostrar que uno no está loco. Si no, pregúntenle a Homero.

La historia de la nota va todavía más allá y recomiendo que la lea quien tenga tiempo y ganas. Me hizo pensar también en la situación que se vive en el Borda y cosas que leí sobre los planes para eliminarlo y la lógica que el hospital psiquiátrico implica. Una moraleja de la vida de Tony parece ser que resulta mucho más difícil demostrar que uno está cuerdo que demostrar que uno está loco. Después de todo ¿qué es estar loco?

jueves, 31 de marzo de 2011

La comida entra por los ojos

Solemos decir que la comida entra por los ojos y algo de eso hay. El aspecto se puede usar para vender comida y también para promover decisiones más saludables. Recientemente me pasaron dos cosas que me hicieron pensar en estos temas.

La primera ocurrió en mi oficina, en la cual tengo una simpática cajita de Snoopy en la que suelo tener alguna clase de caramelos. Usualmente, tengo la cajita a mano y cada tanto la abro y como un caramelo, sin llevar una cuenta de cuántos como.


Un día, luego de tomar agua y un café, puse mis respectivas taza y botella delante de la cajita de caramelos, de manera que esta dejó de estar en mi visión periférica, más o menos como lo muestra la segunda foto. Aclaro que no lo hice intencionalmente.


Al final del día, cuando apagué mi computadora y me levanté de la silla, me di cuenta de lo que había ocurrido: había pasado el día sin tocar la cajita de caramelos. Lo mismo ocurre más en general cuando la caja está llena o vacía. Si está llena, suelo comer bastantes caramelos pero una vez que está vacía, volver a llenarla toma trabajo e implica desembolsar dinero. Un ejemplo de esta misma situación se ofrece en Nudge con un tazón de castañas en una fiesta. La moraleja está clara: una excelente manera de alimentarse de forma más saludable es no teniendo comida chatarra enfrente.

Al principio hablaba de vender con el aspecto. Un par de semanas atrás, luego de terminar la cena en un restaurant, la moza ofrece amablemente si queríamos un postre a lo que respondimos que estábamos dispuestos a ver "la carta". Total, mirar la carta es gratis, ¿no? Para nuestra sorpresa, la moza no volvió con una carta sino con una tablet donde nos mostró fotos de cada uno de los postres disponibles. Fue absolutamente imposible resisitirse al tiramisú. Eso sí, le doy la derecha al restaurant porque estaba muy rico y era igual al de la foto.

¿Quieren probar el tiramisú o la mousse de chocolate?

Es interesante que sólo utilizaran la tablet para el postre y parece tener sentido: uno seguramente va a pedir algún plato principal pero muchas veces no pide postre. El empujón que da ver la imagen puede marcar la diferencia. Además, reemplazar cada menú con un tablet puede ser muy caro, pero con solo una o dos alcanza para un restaurant pequeño donde no va a haber muchas mesas pidiendo postres a la vez. Acá hay otro caso de lo mismo, con video y todo.


lunes, 7 de marzo de 2011

No sos un genio

Esta mañana, alguien en el trabajo comentó que, luego de ayudar a una colega en una tarea no demasiado compleja en la computadora, recibió un halago: ¡Sos un genio!

Pero sin subestimar la inteligencia de mi amigo, no hace falta un genio para hacer lo que hizo. Más aún, él no nació sabiendo cómo hacerlo. Lo aprendió después de varios años en la universidad y otro puñado de tiempo trabajando. Sin embargo, quien recibió la ayuda, no alabó su esfuerzo sino su inteligencia.

En más de una ocasión me he encontrado ante una situación similar y es algo que me molesta. Muchas veces, ciertas tareas que llevamos a cabo en nuestro trabajo u otros ámbitos nos resultan sencillas o rutinarias pero son en realidad el resultado de haber estudiado, en el pasado, cómo hacerlas y haberlas practicado. Su ejecución es el fruto de la acumulación de trabajo pasado y, sin embargo, las hacemos y nos dicen "sos un genio". ¿Para qué me habré tenido que pasar años estudiando si soy un genio? Si a mí me ponen a pilotar un avión, me voy a matar pero ni soy un tonto ni hace falta un genio para hacerlo.


Claro ejemplo de un genio teniendo dificultades al esforzarse

De cualquier modo, esto no es algo premeditado ni malintencionado. Los psicólogos han mostrado que tendemos a sobrevalorar los factores naturales y de disposición de la persona (e.g. es inteligente o talentosa) en detrimento del contexto, la situación y la historia. Además, se sabe que hacemos esto con los demás, pero no tanto con nosotros mismos.

En este caso, el debate nature versus nurture es interminable y me podrán decir que si tendemos a este comportamiento, deberíamos tomarlo con más levedad. Sin embargo, este artículo que leí hace algunas semanas nos cuenta que la forma en la que halagamos a los niños puede afectar profundamente su desarrollo y su tolerancia a la frustración. Aquellos niños que reciben respuestas del tipo "qué inteligente que sos" se dan por vencidos más fácilmente ante la adversidad y reaccionan peor ante el fracaso. Es que entienden que si son capaces de lo que hacen porque son muy inteligentes, entonces evidentemente no son lo suficientemente inteligentes para aquello que no les sale, así que para qué intentarlo. Más aun, tal vez sea mejor no intentarlo desde un principio para no pasar vergüenza. En tanto, los que reciben halagos por su esfuerzo y su aptitud en tareas puntuales, muestran mayor predisposición a mejorar en aquellas en la que aún no son buenos.


¿Talento o miles de horas practicando juegüitos? ¿O ambas?

Así que a tener más cuidado con cómo nos halagamos unos a otros. Sobreestimar los dones de una persona implica necesariamente subestimar su esfuerzo y eso no es bueno.

"En fin, ya ves: la inteligencia es una parte del asunto. Pero la inteligencia sin voluntad no puede ir muy lejos."
Guillermo Martínez en Acerca de Roderer
(cita ya mencionada)